Nunca llegamos a tener un diagnóstico de certeza, nunca se le puso nombre o etiqueta a “aquello” que le pasaba a nuestra madre. Imagino que en los pueblos tenemos más aceptado que a a partir de una determinada edad nuestros padres empiezan a “chochear”. Esa expresión, lejos de ser un menosprecio, es una expresión de ley de vida. Lo cierto es que lo vemos de manera muy distinta. Quizás una de las razones es que sabemos que si llega el momento la atención y los cuidados van a recaer en toda la red familiar y se asume con total naturalidad. Otra cosa es la tristeza que en silencio sentimos todos los que convivimos con nuestro ser querido que poco a poco, día a día empieza a cambiar.
Nuestra madre siempre sonreía, no sabemos por qué. A veces viendo la televisión por muy dramáticas que fuesen las escenas, ella sonreía. Era como un rictus que la enfermedad selló en su cara. A sus nietos le preguntaba cada 5 minutos por las notas del Instituto. Por las noches cuando se encendía la luz de la cocina preguntaba si “había fuego en casa”. Si escuchaba gente por la calle preguntaba donde estaba su hija, tenía miedo de que estuviese en la calle “en plena guerra civil”. En otras ocasiones nos decía que por las rendijas del aire acondicionado “se oían voces”.
Con el paso del tiempo empezó a comer menos. Nos costaba un mundo levantarla por las mañanas y llevarla a su sillón del salón, pero conseguirlo era un éxito diario, era la tranquilidad de saber que era capaz de andar un poquito y sobre todo de que pasaba otro día más esquivando la cama y la posibilidad de que aparecieran úlceras, o como decimos en el pueblo “de que se picara”.
Al final todo ocurrió muy rápido, en 48 horas. Antes de su enfermedad ella nos decía y repetía que solo pedía que fuera muy rápido, “no quiero dar guerra a nadie”, “no quiero que me tengáis que asear”, “no quiero que dejéis de salir por mi culpa”… “lo único que os pido es que nunca se me vean las canas”. Ella se fue pero el escalofrío de la enfermedad, a veces, sigue ahí. Nos quedamos con una lección aprendida: “a la gente que quieres se lo tienes que decir muchas veces a lo largo de tu vida”.